El siguiente martes,
nos tocó asistir al campo de batalla sin nuestra líder. Así que nos aventuramos
solitarios por la sala de traumashock, y ese día sííii que fue de shock total.
Parecía que todos los niños de la sala iban a ser operados el día siguiente (de
hecho así era) Todos estaban pendientes de tomar sus medicamentos a la hora,
evitaban comer en mucha cantidad y veían ansiosos el reloj, hasta que supimos
que todos los niños de los dos primeras habitaciones compartidas estaban en estado
preopertaorio. Finalizada la lectura, la cual fue interrumpida abruptamente por la hora de
comer, decidimos ir en busca de algo especial que les animara a querer salir
rápido de la operación para jugar, distraerse o simplemente tener algo lindo
que lucir luego de la cirugía. De modo que la juguetería fue nuestra mejor
aliada en ésta oportunidad; la verdad no se como hacen hoy en día los papas, puesto que los
juguetes que queríamos no eran asequibles a nuestro bolsillo. Aún así pudimos
encontrar unos dinosaurios, carros, motos, y lazos para el cabellos como obsequios.
No tuvo precio la sonrisota espontánea que Anderson de tan solo
9años (mi pequeño por ese día) me regaló, cuando coloqué un pequeño dinosaurio
de plástico en sus manos. Me dijo que lo pondría en la mesita donde tenía su
televisor para recordarme siempre. Se reía un montón pues según él, le había
hecho trampa, ya que quería de regalo, el libro de los dinosaurios que habíamos
estado leyendo esa tarde, cosa que era imposible claro está. No obstante ese dinosaurio
de juguete no le vino nada mal...
Anderson Franco, 9 años de edad. |
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